Mujer

11/2/2020

La glamourización de la explotación de la mujer

Hace unos días, la cantante Jimena Barón decidió compartir por Instagram su nueva campaña publicitaria: afiches con su imagen y un número de teléfono pretendiendo imitar los tan conocidos anuncios de prostíbulos que se encuentran pegados por toda la ciudad. Las imágenes dieron lugar a un gran debate por redes sociales respecto a las distintas posturas acerca de la explotación sexual. La artista, en horas posteriores, decidió publicar una foto abrazada a Georgina Orellano (secretaria general del sindicato Ammar, Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina) y un día después, subió un escrito a sus redes donde explicaba de qué se trataba la campaña y justificando su decisión y de su equipo.


Si bien es una figura pública y tanto en su música como en sus declaraciones, la lucha de las mujeres tiene un lugar importante, obsesionarse con lo que hace o deja de hacer en su vida es inconducente. Sin embargo, la polémica da pie a reabrir un debate para nada saldado en el movimiento de mujeres de Argentina y a alertarnos sobre la nueva fachada que lograron conseguir sectores militantes de la regularización de la prostitución como Ammar.


La faceta cool de la explotación sexual


El discurso de que la prostitución significa uno de los máximos niveles de “empoderamiento” de la mujer, de que la liberación sexual tiene que ver con la comercialización de cuerpos y de que la decisión de insertarse en el sistema prostituyente es individual y libre, no es nuevo pero sí adquirió, en este último tiempo, dentro del movimiento de mujeres y específicamente en la juventud, una nueva importancia y, por lo tanto, una nueva necesidad de debatir sobre el tema. 


¿De qué empoderamiento de la mujer podemos hablar si de lo que hablamos es de un entramado político y económico que expone cuerpos de feminidades a violaciones, abusos psicológicos, golpes, e incluso a veces feminicidios? ¿Existe la posibilidad de libertad sexual cuando la posibilidad de alimentarse o no casi todas las noches depende de cuántos tipos te la metan por día? ¿De qué decisiones individuales e independientes hablamos si vivimos en un sistema que oprime nuestros cuerpos e individualidades para amoldarlas a necesidades económicas y políticas? 


Los grupos regulacionistas y la complicidad estatal


Resulta difícil pensar que un sistema que implica tales niveles de vejación hacia las mujeres y feminidades pueda ser aceptado y avalado por personas que se dicen defensorxs de sus derechos, pero existen grupos que desarrollan la militancia de la regularización de la prostitución como un trabajo corriente: que las prostitutas tengan derechos laborales como cualquier otre trabajadore.


El argumento es el de que todo trabajo es explotado y que no habría diferencia, por lo tanto, entre la prostitución y un trabajo en una fábrica. Las consecuencias de la prostitución en los cuerpos y las vidas de las mujeres son claras. Para mencionar solo un par: Melissa Farley, psicóloga clínica durante más de 35 años y experta en el tratamiento de mujeres prostituidas, publicó en 2003 una colección de 16 artículos sobre el tema “Prostitución, Tráfico y Estrés postraumático”, basándose en las investigaciones que ha realizado, junto a otros colegas en EEUU, África del Sur, Tailandia y Turquía. En sus estudios concluye que el 81% de mujeres en situaciones de prostitución de estos países dice haber sido amenazada durante la “jornada laboral”, el 68% fue amenazada con un arma y el 73% agredida físicamente. A esto se le suman las lesiones físicas constantes que generan las múltiples y violentas penetraciones por día (aunque sean solo las necesarias para cobrar el mínimo). Se producen efectos psíquicos como el estrés post-traumático, entre muchísimos más. ¿En qué otro trabajo se da esta situación? ¿De qué manera se pretende aplacar mediante la regularización este tipo de vejaciones cuando lo que define la actividad es compartir una habitación cerrada con un consumidor de prostitución? La postura de terminar con la explotación sexual no viene desde un lugar de denigración a las prostitutas ni de defensa de otros tipos de trabajos: queremos acabar con cualquier tipo de explotación del humano hacia el humano y terminar urgentemente con el negociado millonario que expone feminidades pobres a un sistema cruel para llenar el bolsillo de unos pocos.


Ammar, el grupo que en Argentina se dedica a “sindicalizar” a las personas que se indentifican como “trabajadoras sexuales”, desarrolló una clara integración al peronismo y al Estado, pasando de ser una organización que surgió para ponerle freno al atropello policial sobre las prostitutas, a tener causas por proxenetismo. Demostrando que su lucha no es en defensa de las putas o del “trabajo sexual”, sino del negociado que este implica apalancadas por la fracción  polìtica que hoy gobierna. Ya no denuncian ni a la policía, más que en términos generales y tampoco luchan por justicia por Sandra Cabrera, una trabajadora sexual que murió asesinada en Rosario con la participación de fuerzas federales y provinciales, bajo el gobierno de Néstor Kirchner y el comando político de las fuerzas a cargo de Aníbal Fernández. 


Si bien claramente no es lo que define la continuidad o no del mismo, al sistema de explotación sexual y tráfico de mujeres (que no son lo mismo pero responden al mismo interés y a la misma demanda), es decir, a los proxenetas y a los tratantes, a los actores políticos de los gobiernos que permiten y fomentan la explotación sexual, les viene como anillo al dedo una masa de personas que se reivindican defensoras de los derechos de las mujeres y feminidades avalando y aplaudiendo esta actividad. Porque también reproduce la validez de la consumición de la prostitución. Por ejemplo, en varios colegios secundarios de la Capital Federal se organizaban charlas junto a las dirigentes de Ammar lo que planteaba el siguiente interrogante: en las escuelas ¿queremos educación sexual laica y científica que aporte herramientas para gozar de una sexualidad sana, libre y deseosa o queremos sumarle argumentos a favor a los futuros posibles consumidores de cuerpos de mujeres?


Las que arriesgan su integridad física, psíquica y emocional en cada jornada laboral no son los políticos, no son los proxenetas, no son los clientes; son las putas. El camino para la emancipación de la mujer, claro está, es con las mujeres en situación de prostitución pero no es militando la prostitución como un trabajo.


La liberación de nuestras sexualidades, cuerpos y géneros no se dará en el marco de un sistema de opresión de una clase social que nos precisa cobrando a cambio de sexo. Los, les y las que defendemos los derechos de las mujeres y del colectivo LGBT tenemos que unir fuerzas y pegar con un solo puño contra el Estado, el sistema prostituyente y todas y todos los actores políticos con nombre y apellido que se dedican a llenar sus bolsillos a cambio de sostener un régimen de explotación, miseria y muerte para nosotras y nosotres.